miércoles, 3 de octubre de 2007

LLegué al bar de Laura a las diez de la noche. Se había cabreado con la televisión porque no había encontrado en todos los canales un solo programa que le gustara y acababa de estampar contra la pantalla una botella de cerveza que previamente se había bebido. Y se había pasado a la radio. Estaba ensimismada escuchando las noticias de los últimos desastres ocurridos en el mundo.
Sin hacerme ni caso, me espetó con rabia sin contener:
-¿A qué esperas para hablar de Birmania? ¿A que sigan cayendo más civiles y monjes vestidos de azafrán?
-Aún no he recibido ninguna postal de allí.
-Por lo que veo, tampoco los Reyes Magos le han escrito a la O.N.U., porque, la pobrecita, va lenta y preocupándose no sé muy bien de qué. Y, mientras tanto, un país rico es la cuna de hombres pobres.
Laura puede conmigo siempre que quiere.
Y, cuando se decidió a preguntarme qué quería beber, ya tenía un nudo de agonía que me cortaba el estómago. Así que, sin mojar la garganta, me marché del bar con ganas de abrir el buzón de mi casa y ver si, por fin, alguien me había enviado noticias de Birmania.

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