domingo, 30 de septiembre de 2007

Durante estos últimos días del mes de septiembre he recibido decenas de postales de distintas ciudades universitarias. Sus remitentes son jóvenes que, lejos de casa, comiezan o perfeccionan (me refiero a los veteranos) una nueva etapa de su vida, tan importante como todas las demás, sin duda alguna, pero con unas características concretas que la hacen muy peculiar. Son jóvenes pero, a la vez, adultos. Aún tienen la libertad de aquellos que saben que hagan lo que hagan, cumpliendo unos mínimos más o menos grandes, siempre les salvará la red de sus padres, es decir, que son adultos pero que aún no han adquirido la responsabildad de ser totalmente responsables; y, por otra parte, casi poseen, salvo algunas limitaciones de dinero, todas las posibilidades del mundo para hacer lo que quieran. No creo que sea una etapa idílica, yo más bien pienso que no existe ninguna de tal índole, pero sí que es un momento muy especial de la vida.
Sólo deseo que, además de cumplir con los mínimos de prepararse lo mejor posible en sus carreras (hablo de mínimos no con respecto al tamaño, sino refiriéndome a ellos como impescindibles) se diviertan todo lo posible, conozcan a multitud de compañeras y compañeros de todas las edades y colores, que sueñen sus mundos fantásticos y se peleen por construir utópicos castillos de ideas, que viajen por los caminos que salgan a su encuentro, que hablen y discutan hasta el amanecer, que amen hasta desfallecer (muy importante me parece a mí esto) y que también vayan aceptando las heridas del desamor, que aprendan a caer y a levantarse, a cicatrizar los sinsabores de la vida, que abran bien los ojos, que escuchen, que sean inquietos y sientan curiosidad por todo lo que bulla a su alrededor, que sean libres, que sean ellos mismos, que repeten a los demás y también a sí mismos.
El horizonte es de estos jóvenes; es más, estos jóvenes son el horizonte.
Que el futuro les sonría porque, entonces, también nos sonreirá a todos los demás.

viernes, 21 de septiembre de 2007

Bochum,ciudad alemana de la cuenca del Ruhr, no es bonita, pero eso qué importa.
Su historia va por otros derroteros.
“El sudor está pasado de moda; lo moderno es el intelecto”, éste es su último eslogan.
Bochum avanza y sus ciudadanos están orgullosos de su huida hacia adelante. En Bochum se fundó la primera universidad alemana después de la guerra.
Bochum mira hacia el futuro. Más de la mitad de su espacio (¿o de su historia?) está enterrado bajo un manto de bosques, zonas verdes y parques multicolores.
De su cebolla sólo conservan la penúltima capa: los torreones de extracción de las minas, los altos hornos y las fundiciones de acero. De más allá no hay casi nada.
Si les preguntas por la II Guerra Mundial, obtienes como respuesta una caída de ojos en el vacío y un cambio nada disimulado de conversación.
Para enterarte de los barridos de la aviación aliada con sus bombardeos destructivos de las ciudades alemanas durante la II Guerra Mundial no hay otra forma sino leer las páginas de W. G. Sebald.

jueves, 20 de septiembre de 2007

Esto no es una postal; es una simple noticia de periódico.

CASTELLÓN, 19 (EUROPA PRESS) - La esposa y los dos hijos del ciudadano rumano que falleció hoy en el Hospital La Fe de Valencia como consecuencia de las heridas que se provocó tras quemarse a lo bonzo el pasado 4 de septiembre cerca de la Subdelegación del Gobierno en Castellón regresaron a principios de esta semana a su país, según informaron a Europa Press fuentes de la Conselleria de Bienestar Social.

La mujer, que era consciente de la gravedad de su marido y de que podría fallecer durante su ausencia y que manifestó su intención de regresar, decidió volver a Rumanía alegando que deseaba que sus hijos estuviesen allí, según las mismas fuentes.

La Conselleria de Inmigración está realizando los trámites oportunos para comunicar el fallecimiento del hombre a su familia y, en función de lo que ésta decida, se actuará. Así, si la esposa quiere que el cadáver sea repatriado, serán el Consulado de Rumanía o la Delegación del Gobierno los encargados de los trámites, añadieron las citadas fuentes.

El hombre, que presentaba el 70 por ciento de la superficie corporal quemada, se prendió fuego para reclamar ayudas económicas a las instituciones para poder regresar con su familia a Rumania.

Los cuatro miembros de esta familia llevaban varios meses en Castellón, donde llegaron con la promesa de un trabajo y una vivienda que resultó ser una estafa, según explicó a los medios de comunicación la hija de la víctima, Isabelle.



-Hostia, ni aún ahora saben el nombre de ese rumano -comenzó chillando Laura la del bar.
-O no quieren saberlo, o no tienen la necesidad de ello.
-Bueno. Al fin y al cabo es un rumano.
-¿A qué viene eso, Lucía?
-Déjame de remilgos. Y de complejos estúpidos. Centrémonos: ¿no es verdad que la noticia se entiende perfectamente con el simple dato de que el protagonista es un rumano que ha venido a trabajar a España con un contrato-estafa?
-Perfectamente.
-Pues, eso -remató Lucía.
-Y el segundo párrafo de la noticia, ¿no te da mala espina?
-Eso, eso. La mujer coge el dinero y se va corriendo. Y el marido en el hospital... -quien habló ahora fue Pepe, el dueño del quiosco que está al lado del bar de Lucía.
-A eso precisamente me refería yo -salté como un cohete.
-En ese tema yo estoy con el periodista -me respondió Lucía-. Él suelta la información y que cada uno se recomponga la historia.
-Pero es que el modo de contar o no contar la historia va a determinar la imaginación de los lectores -insistí yo.
-Es verdad, y verdad de la buena -Pepe me daba la razón.
Pero Lucía juega con ideas claras:
-¿Por qué no os dejáis de pamplinas y que cada uno piense e imagine lo que quiera?
-Y, sin embargo, a ti no te pareció bien que ni en la segunda noticia apareciera el nombre del rumano -como no manejaba más argumentos que una intuición, simplemente traté de jorobar.
-Al carajo con el dichoso rumano -sentenció Lucía.

Y, ahora, más tranquilo y cómodo en mi casa, pienso yo: ¿merece la pena discutir o romperse los sesos porque un rumano decida autoinmolarse para conseguir cuatrocientos euros y así poder regresar a su país? Mañana lo pienso.
-¿Quién es esa mujer que últimamente no para de escribirte postales desde Praga? -me preguntó Laura, mi amiga la del bar.
-Fue mi guía durante mi último viaje.
-¿Y qué coño te cuenta en esta última postal?
-Léela tú misma.

No creas que me gusta mucho Kafka. Y, aunque te parezca increíble, no es un escritor muy leído por aquí. Ya somos los praguenses bastante tristes como para amargarnos un poco más con los libros de nuestro respetado y nada hilarante Franz Kafka.

-¿Hilarante? Joder con estos extranjeros. Cómo hablan. ¡Y en español!

jueves, 13 de septiembre de 2007

Hay muchos estudiantes universitarios de mi ciudad que eligen Punta Cana como destino de su viaje de fin de carrera.
Sin duda, es un paraíso para ahogar en las cristalinas aguas del Caribe las frescas energías de la juventud y, así, imitar antes de tiempo la flaqueza de fuerzas de los mayores. También es un lugar estupendo para tostar, literalmente, la barriga al sol y tiznar a lo fashion la cáscara del cerebro. Además, se puede beber lo que se quiera dependiendo del nivel que cada uno se haya permitido pagar. Y lo mejor de todo, no hay necesidad de romperse la cabeza para conocer gentes y lugares nuevos. Cuando uno llega allí, lo primero que aconsejan es no salir del gueto de lujo que está perfectamente amurallado del resto del territorio. Por último, ¿para qué mezclarse con la gente famélica y harapienta del país si dentro de la urbanización se va a encontrar, aunque a miles de kilómetros, a los mismos compañeros de universidad a los que se ve cada sábado en la ciudad propia?

domingo, 9 de septiembre de 2007

Taramundi es un pueblo que se ha reinventado a sí mismo sin olvidar para nada su pasado.
O te lo digo de otra manera: somos el mismo perro pero con collar nuevo.
Desde Taramundi, Principado de Asturias.

sábado, 8 de septiembre de 2007

Te escribo desde Finlandia, hombre de las postales, porque lo prometido es deuda y, además, porque quiero.
Ya ves, recién licenciado en Veterinaria, quise irme a EEUU para perfeccionar mi inglés, y aquí me ves.
Hay dos cosas en esta tierra que me están costando mucho: primera, creerme muy importante en mi trabajo (como todo el mundo de aquí parece considerar) en una granja de cerdos, entre el blanco de la nieve y el negro de la noche, a ochenta kilómetros del pueblo más cercano; y segunda, tomarme unos segundos para meditar antes de hablar (si no lo haces así das el cante y quedas como un irreflexivo maleducado y charlatán). Así es Finlandia.
Te mando un programa de una obra de teatro. No es una postal; pero, como si lo fuera. Es una representación por parte del grupo Margen de El viaje a ninguna parte, texto teatral de Arturo Castro basado en la novela del mismo título de Fernando Fernán Gómez.
La obra, estupenda; igual de estupendos, los actores. Por eso te mando el programa, hombre de las postales, y también para decirte lo que yo pienso: hablando de viajar, no me disgustaría hacer un viaje a ninguna parte porque, si se hace con convicción y dignidad, siempre -esto es lo que creo- merece la pena. De viajes así surge la historia verdadera, la historia de la incertidumbre y el futuro, la historia del día a día.

viernes, 7 de septiembre de 2007

Noticia en el periódico. Postal insólita. Un hombre, rumano, de cuarenta y cuatro años, -sin nombre- (Lucía siempre es la más aguda, porque, efectivamente, el periodista no da el nombre), intenta suicidarse a lo bonzo tras serle denegado por la Subdelegación del Gobierno de Castellón un préstamo de cuatrocientos euros que había pedido para poder regresar a su país con su familia. El rumano había venido a España con una oferta de trabajo, que después resultó una estafa (-Qué majos, robar a los pobres.- Lucía es así.). La autoinmolación fue rodada y fotografiada en directo. Con todo lujo de detalles gráficos (¿Eso es lo único que nos interesa? ¿El morbo de ver a un hombre autoinmolarse delante de su mujer y de su hija?): comienzo del fuego; ante el prendimiento de la camiseta, ayuda de la Guardia Civil que le quita los pantalones ante la atónita mirada de su mujer y la vuelta de espalda de su hija de pocos años; el clímax del suceso, una fotografía del rumano sin nombre, con la piel colgando de su cuerpo hecha jirones, con los pies cruzados y los brazos arqueadamente caídos a imitación de un cristo descendiendo de la cruz, ¿o un animal cazado y herido de muerte?, con una mirada elevada (lo único que se alza de su cuerpo), penetrante, fija, determinada, clavada en... ¿en dónde?

jueves, 6 de septiembre de 2007

Los húngaros han actuado con celeridad frente al comunismo. Han vaciado Budapest de todo símbolo comunista. No queda en la ciudad un solo rastro de la hoz y el martillo, ni una calle rotulada con el nombre de algún dirigente de la URSS o de algún autóctono afecto al régimen soviético. Salvo la plaza de La Libertad, que se levanta en honor al Ejército Rojo que liberó Budapest de la invasión nazi, no queda visible nada, nada de nada, de su reciente historia.
Rechazar un pasado ignominioso debe resultar relativamente fácil cuando se trata de luchar contra un invasor venido más allá de las fronteras patrias. El problema, no obstante, es que ante una dominación extranjera se acaban mezclando los extraños con los oriundos del lugar y, se quiera o no, las ideas advenedizas se enquistan en la identidad nacional anquilosándose como un sustrato que, más o menos escondido, con mayor o menor visibilidad, producirá sus reacciones en el futuro de la nación.
Los húngaros han decidido destruir su historia reciente para reafirmar a su voluntad su patrimonio nacional. Pero, a pesar de lo fácil que pudiera parecer, saben de sobra que también plantea sus dificultades. Saben que no conviene aniquilar de raíz el pasado, sería como quemar la tierra bajo los pies.
Los húngaros conocen muy bien la función del desván en las casas. Allí se retira todo lo que ya no se utliza, lo que no queremos , lo que no nos gusta, y lo apartamos de la circulación. Nadie lo ve. Pero nosotros sabemos que está allí y que, cuando nos asalten los miedos, desempolvaremos y removeremos los trastos viejos del desván para conocernos mejor, para concienciarnos de que además de lo que queremos ser acaso fuimos lo que no nos gustaría reconocer.
Todos necesitamos un pasado, sobre todo, para criticarlo.
Por eso creo que los húgaros han sido sabios: han reunido toda la simbología comunista que los innundó durante cuarenta y cinco años en un parque monotemático, apartado y semioculto, lleno de polvo y telarañas. Pero ellos saben que ahí está y que allí pueden acudir cuando el vértigo del futuro los haga trastabillar y necesiten ordenar los viejos cachivaches del desván de su historia.
El nombre que los húngaros han puesto a este baúl de los recuerdos es otra prueba de su astucia y de su inteligencia: MEMENTO.

martes, 4 de septiembre de 2007

He hecho muchos viajes en mi vida, muchos de los cuales han sido soñados; otros, obligados, y algunos fueron libres y voluntarios.
Entre de los últimos, hubo uno que, indudablemente, me marcó porque aprendí muchas cosas que acabaron por convertirse en hábitos en mis viajes posteriores.

-Eso está claro. Desde entonces te quedaron muchas manías- me interpela mi amiga Lucía.

Tenía entonces dieciséis años y fue un viaje a Madrid. Mi compañero de aventuras fue mi amigo Cecil, que me llevaba diez o quince años (la verdad es que se murió sin que supiera con exactitud su edad; era tan presumido que desde muy joven se echaba años de más).

-¿Para qué resucitar a los muertos? Si no has hablado de él hasta ahora, es porque no lo necesitabas. Te odio cuando te pones nostálgico.

En aquel viaje conocí con sencillez, y por primera vez, la libertad escrita con palabras minúsculas. Y fue en aquella aventura cuando aprendí que lo mejor siempre estaba por llegar y que, por lo tanto, el máximo placer no residía en nada concreto sino que sólo consistía en abrir bien los ojos y caminar hacia adelante: querer vivir (ni más ni menos).

-Esto ya se está poniendo feo, ñoño y asquerosamente romántico.

-No seas borde, Lucía. Sabías de sobra que, después de cinco años desde su muerte, algún día rompería a hablar otra vez con él. ¿Y en qué mejor ocasión que hablando de viajes? Ya me estaba ahogando el silencio. Deseaba volver a conversar con Cecil.

-Vale, vale. No te cortes. Yo lo hacía por tu bien. Siempre pensé que donde mejor están los muertos es encerraditos en el desván.

Era un gran viajero. Aún conservo una caja entera de postales suyas. ¡La de viajes que me contó y otros tantos que disfrutamos juntos!

lunes, 3 de septiembre de 2007

La postal, como recordarás, es de la plaza Wenceslao, aunque ya sé que en tu reciente viaje no te sorprendió tanto como correspondería al significado que tiene para los praguenses.
Para nosotros, la plaza Wenceslao es como la cebolla que con sus capas han ido conformando a nuestro pueblo, regada en muchísimas ocasiones con aguas exranjeras y, también, por qué no decirlo, perniciosas para nuestra salud mental, como esas dos lluvias ácidas que últimamente nos han caído encima: primero, el comunismo de la URSS y, ahora, el capitalismo de las mafias rusas.Y, aun así, no nos hemos vuelto locos.