Ya no puedo callar la mentira por más tiempo. Sí he recibido postales de Birmania pero no he querido hacerles caso.
Por alguna razón, mi instinto, puede que equivocado y transtornado por los prejuicios, me aconseja no fijarme en los nombres propios de los que me hablan las postales que me han llegado. He querido pasar de las organizaciones de la oposición, de los organismos internacionales, de la premio nobel, de los abades de los monasterios budistas.
Y he querido vislumbrar en los recientes acontecimientos de Birmania una rebelión de voces anónimas, una protesta del pueblo para reclamar justicia. Esta es la película que me interesa de Birmania, un país rico de recursos y con un pueblo que se pone a andar.
Me daría mucha rabia que el último despertar de este pueblo volviera a ser traicionado, como ha sido lo habitual en muchísimas ocasiones en esas tierras y en otras por una política personalista y egoísta, por el poder amoral de los ricos o el despiadado juego de los intereses internacionales.
Por cierto, y ahora no miento, de las gentes sin nombre que gritan por las calles de Birmania, de esas no he recibido ninguna postal. Supongo que, si no encuentran en sus bolsillos una moneda para pagarse el billete del autobús para ir al trabajo, imposible será que puedan permitirse el comprar un sello de correos.
Por alguna razón, mi instinto, puede que equivocado y transtornado por los prejuicios, me aconseja no fijarme en los nombres propios de los que me hablan las postales que me han llegado. He querido pasar de las organizaciones de la oposición, de los organismos internacionales, de la premio nobel, de los abades de los monasterios budistas.
Y he querido vislumbrar en los recientes acontecimientos de Birmania una rebelión de voces anónimas, una protesta del pueblo para reclamar justicia. Esta es la película que me interesa de Birmania, un país rico de recursos y con un pueblo que se pone a andar.
Me daría mucha rabia que el último despertar de este pueblo volviera a ser traicionado, como ha sido lo habitual en muchísimas ocasiones en esas tierras y en otras por una política personalista y egoísta, por el poder amoral de los ricos o el despiadado juego de los intereses internacionales.
Por cierto, y ahora no miento, de las gentes sin nombre que gritan por las calles de Birmania, de esas no he recibido ninguna postal. Supongo que, si no encuentran en sus bolsillos una moneda para pagarse el billete del autobús para ir al trabajo, imposible será que puedan permitirse el comprar un sello de correos.
- Al menos por esta vez, estoy de acuerdo contigo -me dijo, casi susurrando, mi amiga Laura la del bar.
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