Tengo un amigo que dice que cualquiera puede hacerse millonario. Sólo hay que pillar una idea. El truco consiste en eso: en estar siempre alerta, porque de cualquier gilipollez puede surgir la fuente de los millones. Como le sucedió al inventor de la fregona, sin ir más lejos.
Pues bien, yo creo que a mí ya me ha llegado la oportunidad. Ahora sólo tengo que ponerla en práctica. Y mañana seré millonario.
El caso fue que, viendo atetamente en la tele un programa del corazón, ante una respuesta del entrevistado sobre unos asuntos de cama referidos a unos hechos acontecidos años antes, una de las periodistas, cuyo papel era simular que acosaba a un gallito cuyo papel a su vez era simular sus heridas del corazón, le asaltó a la yugular y gritó:
-No, no y no. Hasta aquí podríamos llegar, señores. Por favor, un poco de seriedad. No fue P quien se acostó con Q, aquel que se acostó con R, aquella con quien ya te habías acostado tú. Porque, claro, si no nos atenemos a la verdad, así no se puede hablar. Hay que tener, señores míos, memoria histórica. Si no , así no se puede.
Al momento se me encendió la bombilla. Pero casi volví a caerme en la oscuridad porque mi amiga Laura, la del bar, rompió la brillantez de mis pensamientos.
-Deberían aprender esos de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica.
Volvió la luz. Ahí estaba, memoria histórica. Pero no la memoria de los rojos o de los azules, o la de los blancos, porque a estas alturas ya todos somos daltónicos en eso de las ideologías, sino la memoria histórica de los grandes personajes del corazón.
¿Y que dónde está el negocio? Pues muy fácil. Lanzar una tirada de postales con la fotografía de los grandes héroes de nuestros días. ¿Quién no se llevaría a su casa por un euro la efigie y el recuerdo de nuestras grandes mujeres y de nuestros grandes hombres de las sonrisas, la carne fresca o ahumada, las malas palabras o los cuernos, los aquí te pillo y aquí te dejo, los coños robados o las pollas permitidas, los chismes sabrosos de las camas y las mamadas, las bolsas de basura repletitas de euros, o los leones remojándose en la piscina de la casa.
Además, el turismo extranjero también será un gran cliente. A partir de ahora, el chico que haya venido de Berlín a Madrid ya no le mandará a sus padres una postal del Museo del Prado sino una del Conde Lecquio con los calzoncillos por las rodillas o de Leticia Savater con su falso chupachús entre los labios, o la chica que haya venido de Milán a Barcelona no escribirá a su novio unas palabras de amor en una postal del Parque Güell sino en una de Paquirrín babeando ante el striptease de su Tamara, o en una del pelotudo Darek y la bióloga Anita Obregón, o de la arribista Marlene y la castiza Malena, o -sólo para los más aristócraticos- de Eugenia Martínez de Irujo o de Jaime Martínez Bordiú.
Por fin, ya he encontrado mi oportunidad de hacerme millonario. Y que nadie intente birlarme el negocio, que ya lo dejé patentado y bien atado.
Pues bien, yo creo que a mí ya me ha llegado la oportunidad. Ahora sólo tengo que ponerla en práctica. Y mañana seré millonario.
El caso fue que, viendo atetamente en la tele un programa del corazón, ante una respuesta del entrevistado sobre unos asuntos de cama referidos a unos hechos acontecidos años antes, una de las periodistas, cuyo papel era simular que acosaba a un gallito cuyo papel a su vez era simular sus heridas del corazón, le asaltó a la yugular y gritó:
-No, no y no. Hasta aquí podríamos llegar, señores. Por favor, un poco de seriedad. No fue P quien se acostó con Q, aquel que se acostó con R, aquella con quien ya te habías acostado tú. Porque, claro, si no nos atenemos a la verdad, así no se puede hablar. Hay que tener, señores míos, memoria histórica. Si no , así no se puede.
Al momento se me encendió la bombilla. Pero casi volví a caerme en la oscuridad porque mi amiga Laura, la del bar, rompió la brillantez de mis pensamientos.
-Deberían aprender esos de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica.
Volvió la luz. Ahí estaba, memoria histórica. Pero no la memoria de los rojos o de los azules, o la de los blancos, porque a estas alturas ya todos somos daltónicos en eso de las ideologías, sino la memoria histórica de los grandes personajes del corazón.
¿Y que dónde está el negocio? Pues muy fácil. Lanzar una tirada de postales con la fotografía de los grandes héroes de nuestros días. ¿Quién no se llevaría a su casa por un euro la efigie y el recuerdo de nuestras grandes mujeres y de nuestros grandes hombres de las sonrisas, la carne fresca o ahumada, las malas palabras o los cuernos, los aquí te pillo y aquí te dejo, los coños robados o las pollas permitidas, los chismes sabrosos de las camas y las mamadas, las bolsas de basura repletitas de euros, o los leones remojándose en la piscina de la casa.
Además, el turismo extranjero también será un gran cliente. A partir de ahora, el chico que haya venido de Berlín a Madrid ya no le mandará a sus padres una postal del Museo del Prado sino una del Conde Lecquio con los calzoncillos por las rodillas o de Leticia Savater con su falso chupachús entre los labios, o la chica que haya venido de Milán a Barcelona no escribirá a su novio unas palabras de amor en una postal del Parque Güell sino en una de Paquirrín babeando ante el striptease de su Tamara, o en una del pelotudo Darek y la bióloga Anita Obregón, o de la arribista Marlene y la castiza Malena, o -sólo para los más aristócraticos- de Eugenia Martínez de Irujo o de Jaime Martínez Bordiú.
Por fin, ya he encontrado mi oportunidad de hacerme millonario. Y que nadie intente birlarme el negocio, que ya lo dejé patentado y bien atado.