jueves, 29 de noviembre de 2007

Tengo trece años, soy palestino y vivo en la Franja de Gaza. Me siento solo. Por ahora, éste sería mi mejor autorretrato: la soledad. Y mi padre no me ayuda en nada para salir de este laberinto sin salida. Él me incita a que aprenda a ser yo, a ser libre, a pensar por mí mismo. Y me ha aconsejado que, durante estos días, lea las noticias sobre la conferencia de paz de Oriente Próximo celebrada en la ciudad estadounidense de Annapolis y, con la información en mi bolsillo, aprenda a sacar mis propias conclusiones. Pero, ¿de qué me sirve tener mi propio juicio sobre nuestra realidad? ¿Es que puedo hacer algo yo solo? ¿Acaso puede mi padre? Él dice que está abierto al mundo, que se siente palestino, pero también de muchos otros lugares. Pero él apenas puede mantener a su familia. Es un pobre hombre, también un cobarde. Si sobrevivimos, es casi por inercia. Entonces, ¿de qué le sirven a mi padre la libertad, la intergridad y la independencia personal? ¿Se come de eso? Además, él sí que está solo. Si no fuera por su trabajo en la tienda de comestibles (aunque cada día las estanterías están más vacías) que regenta, no hablaría con nadie. Porque nadie lo entendería. Y yo no quiero estar aislado. No quiero ser un bicho raro. Quiero petenecer a un grupo. Mira, si te soy sincero, me da igual a cuál. Pero, necesito sentirme protegido, arropado e, incluso, no encontrarme en la obligación de pensar por mí mismo. Sé también que tampoco es la felicidad el pertenecer a alguna fracción política. Un primo mío de diecinueve años ha muerto hace seis meses en un ataque suicida. Por lo tanto, sé muy bien de lo que hablo. Sin embargo, se le veía contento, relajado, convencido. Mi primo decidió una vez; luego, se dejó llevar, incluso hasta la muerte, porque la claridad de sus ideas le arrastraban hacia el sacrificio. Yo aún no he dado el salto, aún no soy valiente hasta ese punto. Además, yo no veo nada claro, ya ni siquiera sé si de verdad quiero la paz que mi padre tanto ansía. A veces pienso que la paz es más costosa y difícil que estas múltiples guerras que padecemos. Lo único que deseo es sobrevivir. Y la libertad y la integridad y la independencia personal son palabras huecas, que no ayudan para nada.

miércoles, 28 de noviembre de 2007

Estuve unos días fuera. Nunca mejor dicho. Estuve en otro mundo.
Me había equivocado cuando pensé que mi amiga Lucía salía a flote de su última depresión. Fue un espejismo. Al día siguiente de pasar la noche en mi casa, se negó a abrir el bar. Sólo me repetía una y otra vez:
-Necesito huir del mundo por unos días. Necesito...
No se me ocurrió otra idea, aún no sé por qué, que cogerla de la mano y llevármela a los Picos de Europa. Allí conozco, por razones que ahora no vienen a cuento, a un pastor de los de antes que sigue ejerciendo de tal en la actualidad, el cual nos prestó su cabaña que acababa de abandonar con su ganado ante la llegada del mal tiempo.
Y huimos los dos, Lucía y yo, del mundo. Allí conocimos el frío que hiela las carnes. Cada mañana el amanecer nos hipnotizó los ojos. Saboreamos el paso de las nubes. Descubrimos las voces que importan. Apreciamos la tierra húmeda bajo los pies. Sentimos el dolor cuando el viento helado chocaba contra nuestros rostros. Jugamos con las primeras nieves. Bebimos de los arroyos. Gritamos con todas nuestras fuerzas en la soledad del valle. Valoramos de nuevo el peso de las palabras. Nos sorprendió el silencio bullicioso de la naturaleza. Nos perdimos en la niebla. Nos bañamos en el rocío de la hierba. Inventamos un nuevo reloj de las horas.
Lucía se puso mejor. Incluso pienso que comenzó a añorar las noches en el bar. Regresamos hoy.

domingo, 18 de noviembre de 2007

Para hablar hay que utilizar palabras. Y las palabras envuelven un significado. Para captar ese significado hay que pensar. Por eso hay personas que no saben dialogar, porque, en realidad, son incapaces de pensar. Y sólo les queda la violencia.
Desde cualquier lugar de la Tierra.
-No me habías enseñado esta postal de Madrid.
A veces, Laura, cuando se siente triste me hace quedarme en una esquina de la barra hasta que cierra el bar y, entonces, se autoinvita a pasar la noche en mi casa. Por supuesto, yo duermo en el sofá. Pero, antes de retirarse a mi habitación, ella se entretiene curioseando y desordenando todas mis cosas.
-No hay nada escrito por detrás.
-¿No te parece suficiente con la imagen?
-Yo creo que sí.
Cuando Laura está triste apenas responde con monosílabos.
-¿Y te la envían desde Madrid? -parecía que su curiosidad podía más que su tristeza.
-Por el matasellos, es evidente.

-Pero, ¿hay Ku Klux Klan en España?
-La verdad es que no lo sé. Pero, de lo que sí estoy seguro es que hay gente que coquetea de forma más o menos descarada con la ideología de este movimiento. ¿No te has enterado de la conferencia de Madrid?
-¿De que conferencia me hablas? -parece que Laura se abrumó con la radio y se reconvirtió en una teleadicta. Me pregunto si su tristeza no vendría provocada por este nuevo cambio de chaqueta.
-Un grupo de extrema derecha junto con una editorial han invitado a un antiguo miembro del Ku Klux Klan y ex congresista republicano para que dicte un conferencia en Madrid.
-¿Dicte? Cada día estás más pedante.Así no hay manera ni de que algún día te regalen el Pulitzers.
-Lo que tú digas, Laura. Pero pensé que eras un poco más inteligente para eso de captar la ironía. Dictar, dictador, dictadura.. ¿Entiendes?
-Claro que entiendo. Y también sé muchas cosas. Y te voy a decir una: que, además de pedante, eres un relamido gilipollas.
Sin duda alguna, Laura estaba abandonando su depresión y volvía a ser ella misma. Sus últimas palabras eran una buena señal de su estado anímico.

¿La imagen de la postal? Tenebrosa, lacerante, sórdida e impactante: una cruz de madera ardiendo en la oscuridad y rodeada de un grupo de fantasmas disfrazados con sábanas blancas.

miércoles, 14 de noviembre de 2007

No me parece de recibo que la política internacional de una nación dependa del carácter y humor de los gobernantes.
Un "¿Por qué no te callas", dicho en una cumbre de presidentes de gobierno y jefes de estado, no me parece una razón de peso para alterar el rumbo de unas relaciones internacionales.
Otro asunto bien distinto es que las palabras gruesas o delgadas sean el reflejo de problemas latentes. Eso ya es otro cantar. Pero, entonces, lo que está claro es que nuestro interés y atención debe enfocar el problema de fondo y no ahogarse en la superficie. Y mi preguna es la siguiente: ¿nos ayudan los medios de comunicación en ese esfuerzo por profundizar, por conocer el fondo de la política, por desentrañar los problemas, por desgranar lo que se hace de lo que se dice, por desenmarañar los intereses legítimos y nacionales mezclados con los personales o grupales? ¿Cumplen verdaderamente esta función los medios de comunicación? ¿O simplemente ofrecen en sus medios una y otra vez lo más anecdótico e intrascendente para regodeo morboso del consumidor? ¿O será que tanto los gobernantes como los medios de comunicación consideran que los ciudadanos de a pie no poseen la capacidad para entender lo que ellos mismos quieren y votan?
Le escribo desde Caracas. Soy un español emigrante, casado con una venezolana que, a su vez, tiene una hermana, un hermano y dos primas inmigrantes en mi país.

sábado, 10 de noviembre de 2007

Mire, usted, yo creo que hay cosas que, ¿cómo decirlo con claridad?, pues que van, digásmoslo así, contra las reglas de la física más elemental. Que un hijo adolescente maltrate a su madre, o que unos padres acaben con la vida de su bebé a golpes limpios, o que un cura sea pederasta, o que un empresario utilice su guardería como un negocio de pornografía infantil en Internet, o que el objetivo de una ONG sea el lucro de su fundador son acciones posibles y, tristemente, más habituales de lo que el mínimo sentido común nos aconsejaría, pero... Yo creo que lo peor de estos comportamientos es la pérdida de confianza en el ser humano, la incertidumbre y la inseguridad. Pero lo que me parece imperdonable es que estos actos sirvan como fuente de argumentos para las personas que defienden un férreo egoísmo individualista y rechazan como la mayor de las estupideces los actos de solidaridad entre los seres humanos. Después de lo dicho, sólo me queda desear una buena aplicación de la justicia para lo sucedido en el Chad en relación a la aventura de El Arca de Zoé. Que se haga justicia sin mercadeos, sin mezquinos intereses políticos o diplomáticos. Me temo que estoy pidiendo demasiado.

jueves, 8 de noviembre de 2007

Mamá, estoy bien. Imagino que has visto por la televisión el desastre ocurrido en el mar. Más de cincuenta muertos. Pero no te preocupes. No fue mi barca. Yo estoy bien y a salvo. Nosotros logramos llegar a tierra de España y sin que nos apresaran. Ahora comenzaré una nueva vida. Espero trabajar muy pronto y mandaros el primer dinero. Conozco muy bien los sacrificios que has hecho para poder pagarme el viaje.
Yo los vi, mamá. En nuestra décima noche en el mar avistamos otra barca que había partido hacia el mismo destino. Había más de cien personas. Estaban a merced de las olas, el motor se les había roto. Eran muertos vivientes, mamá. Ni nos miraron, no pidieron ayuda, sabían que era imposible, y esperaban con resignación su suerte. Pasamos a su lado. Eran muertos, mamá, muertos con los ojos abiertos y silenciosos. Los dejamos atrás.
Pero no llores, mamá. Yo estoy bien. Mañana me dirigiré al norte para encontrar a tu hermano. Inmediatamente me pondré a trabajar. Os mandaré dinero.
Diles a mis hermanas y a mi padre que los llevo en el corazón. Un abrazo, mamá. Te querré siempre.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

Hace siete meses me arrojaron la noticia de que un cáncer terminal me estaba corroyendo por dentro y sin haberme enterado. Es una enfermedad traidora. Como máximo me dieron un año de vida. De regalo llevo encima seis meses y seis días.
No acepté ningún tratamiento. Después de reponerme como y lo que pude y después de luchar con la incertidumbre, que es lo que más duele porque es muy difícil darse por derrotado sin plantar cara, me embarqué en un viaje que, al principio, iba a ser alrededor del mundo. Había decidido que la muerte, al menos, no me iba a encontrar sentado a la puerta de mi casa; se lo pondría un poco más difícil. He aterrizado en tres continentes y visitado diecisiete países. En mi camino hacia la meta anunciada llegué al mar Cantábrico. Y aquí llevo varado siete días, en los que no me he separado de su orilla.
Como abducido, no ceso de contemplar sus aguas. Es un mar impulsivo, incierto, sobrecogedor. Cuando amanece, su movimiento arrebatador y su frialdad me renuevan las ganas de vivir que aún no he perdido del todo. Al anochecer, cuando el sol se escapa escondiéndose tras las nubes turbias y amenazadoras, y me envuelven el vaivén de sus olas y el bramido que exclaman al chocar contra el acantilado, la mirada misteriosa del horizonte me provoca un cansancio y un sueño irresistible.
Ya sólo deseo tener el valor de arrojarme a sus aguas cuando el dolor se me haga insoportable.

-Mira tú. A mí no me parece triste esta postal... -mi amiga Laura la del bar, cuando quiere, sabe escudriñar el alma de las gentes.

sábado, 3 de noviembre de 2007

Hay un viaje que llevo planeando hace veinticinco años. Es el lugar donde comencé mi afición por las postales. He vuelto a recordar cada calle, cada bulevar, sus plazas y sus parques, sus jardines, sus anticuarios y sus mercadillos, sus restaurantes a la luz de las velas. Me he aprendido de memoria una guía actualizada de la ciudad. Pero nunca me he decidido a volver. Tengo miedo al desengaño. Todo el mundo me dice que la ciudad de mis sueños ha cambiado mucho con el paso de los años y de su historia.

viernes, 2 de noviembre de 2007

Postal de Halong Bay, Vietnam. Desconfío de los destinos turísticos de moda porque condicionan la elección y porque, para amoldarse a los turistas que reciben (hablaríamos de turistas no de viajeros), los nativos distorsionan su realidad y acaban por ofrecer un retrato superficial y ridículo de sí mismos. No es éste el caso de la remitente de esta postal de Vietnam. A pesar de que vivimos en la misma ciudad, pasa el año y puede que no nos veamos, pero cada septiembre u octubre recibo noticias suyas desde cualquier insospechado lugar del planeta. De ella admiro y envidio sus viajes y aventuras, y disfruto con las postales que me envía. Sus comentarios taladran el alma de las personas con las que habla y la de los paisajes que ve.

jueves, 1 de noviembre de 2007

De mi amiga, que se ha muerto hace unos meses, aún no he recibido una postal desde el otro mundo.

Unas flores para ella de este otoño.