domingo, 30 de diciembre de 2007

Mi amiga Laura ha cerrado el bar. Después de que su médico le puso el diagnóstico encima de la mesa, un cáncer de pulmón, y le informara de las posibilidades que había a su alcance, se decidió a hacerle frente a la incertidumbre y a la angustia y someterse a un tratamiento de quimioterapia.
Pero, antes de empezar con sus sesiones de quimio, se cogió una semana de vacaciones para hacer el viaje, me confesó, que siempre había soñado. No quiso decirme cuál era el destino.
-Ya lo sabrás por las postales -me contestó ante mi insistencia.
Llevaría una hora adormecido por el vino cuando un golpe de frío me despertó y me hizo tiritar todo el cuerpo. Ni los tres cartones que coloqué en el suelo ni los seis periódicos que me eché encima pudieron aislarme de la helada de la noche. Este invierno viene duro para la gente que dormimos en la calle. Me bebí el poso de la botella que me quedaba en pie y, abrazándome a mí mismo, me hinoptizó la claridad de la luna. Y me acordé de mis hijos. Y empecé a llorar, como debe hacerlo un exlegionario, en silencio y con los dientes mordiéndome los labios. No lloro de nostalgia; menos, de remordimientos. A veces, lloro de soledad; muchas, de vergüenza. Lo único que ya no soportaría es que mis dos hijos me encontraran en estas circusntancias.
Por cieto, ¡noticias crudas y frescas!: ayer unos niñatos gilipollas, ociosos y desalmados, volvieron a quemar a otra yonqui en el soportal de una iglesia.

P.D.: No hace falta que me digas que tengo mucha cara, pero ya me he gastado todo el dinero que me diste para que te enviara una postal desde cada lugar por el que pasara. El vino me puede, o me salva. ¿Quién lo sabe? Y, además, cada vez está más caro, y yo cada vez saco menos pidiendo por las aceras o a las puertas de los supermercados. Así que, cuando me canse de dormir en la calle y me decida a ir un par de días al albergue de las monjitas, te doy la dirección para que me mandes más dinero. ¿De qué te quejas si tienes casi gratis a un corresponsal de los sin techo?

sábado, 29 de diciembre de 2007

28 de diciembre. Día de los Santos Inocentes. No encontré mejor postal para este día que una cartulina en blanco. Para mí este vacío condensa el nombre de los inocentes, criminales y no criminales, pero inocentes al fin y al cabo. Aquí veo escrito el nombre tanto de los que han arrancado la vida a otro como el de aquellos que han entregado la suya propia por nada. Por nada.
¿Tú me entiendes lo que quiero decirte?

martes, 18 de diciembre de 2007

Desde Al Qatif, ciudad del Reino de Arabia Saudita.
Soy mujer y lloro por la injusticia que se ha cometido con la compañera que ha sido condenada por el Tribunal General de mi ciudad a tres meses de cárcel y cien latigazos después de haber sido violada por siete hombres. Su único delito fue haber estado en un automóvil con un hombre que no era miembro de su familia.
Soy una creyente y practicante del Islam, y soy mujer. No veo que sean dos realidades que se opongan ni contradigan.
Tampoco admito que los pueblos de Occidente se muestren, hipócritamente, como los defensores de la dignidad de la mujer musulmana. A menudo, la mano occidental que nos ofrece ayuda esconde una serpiente traidora y venenosa. Es nuestra lucha, no la de ellos. ¿Acaso se nos permitiría a nosotras, las mujeres árabes, protestar contra la prostitución tolerada o fomentada, en cualquier caso, pérfidamente disfrutada por los hombres occidentales?

lunes, 17 de diciembre de 2007

El cartero me ha entregado esta mañana un pequeño paquete. La señora Myeko me enviaba desde Japón unas postales que yo llevaba años buscando como si de un verdadero tesoro escondido se tratara y cuyo precio no estaba seguro de poder pagar si lo encontrara en algún anticuario o en algún tenderete de cualquier rastro. Aún no sé cómo se enteró de mi interés la señora Myeko. De lo que sí quiero dejar constancia es de mi infinita y profunda gratitud por tal regalo.
De la Hiroshima inhumana y salvajemente desvastada sí que todo el mundo que lo ha querido o ha sentido la mínima inquietud por tal infame destrucción de una ciudad poblada por unos doscientos mil civiles ha visto fotografías, que no dejan de ser como un trofeo de guerra. Pero de la Hiroshima anterior a la bomba atómica que la arrasó un seis de agosto de 1945 a las ocho y cuarto de la mañana resulta muy difícil encontrar imágenes. Es como si las potencias aliadas sintieran orgullo por lo logrado pero, en el fondo, pero que muy fondo, sintieran verdadera vergüenza por lo destruido. Es como si quisieran hacer creer al mundo el poder que poseen de crear la desvastación y la muerte. Pero ningún mandamás ni ningún país por muy poderoso que sea tiene la capacidad de crear a partir de la nada. La desolación de Hiroshima fue hecha a las ocho y cuarto de una calurosa mañana de verano a partir de la vida que había en la ciudad antes de esa fatídica hora, de sus mujeres y hombres, de sus niños y ancianos, de sus inquietudes, alegrías, tristezas y miserias, de la historia de un pueblo sencillo, entregado a su patria y, a su vez, utilizado por sus autoridades.
Hace años que a mí me interesaba contrastar ambas imágenes, las de antes y las de después de la bomba que lanzó el Enola Gay. Los cuerpos que nos han enseñado abrasados por el fuego, con la piel cayéndose a trozos, con las heridas supurando pus a borbotones eran cuerpos de jóvenes que un segundo antes estaban pensando en su pareja, o hijos que pensaban en sus madres, o madres que estaban dándoles el desayuno a sus pequeños, o médicos que entraban a trabajar en el hospital, o religiosos que decían sus oraciones o trabajadores que acababan de llegar a sus fábricas. También antes de las ocho y cuarto en Hiroshima había casas, barcas en sus ríos, templos, jardines, escuelas, hospitales, calles. Antes de las ocho y cuarto en Hiroshima había vida.

jueves, 13 de diciembre de 2007

Miguel aún no ha llegado. Tardará meses y, cuando lo haga, vendrá en una silla de ruedas, y todo eso en el mejor de los casos. Antes pasará una buena temporada en el Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo.
Cuando regresaba de Las Alpujarras a su casa del norte, Miguel se encontró de frente y en su mismo carril a un desalmado que se había bebido hasta el codo en una noche de gilipollas. El accidente fue bestial, igual que dos bombas mortales que chocan brutalmente. Se podría pensar que es una suerte que Miguel, con su lesión medular e inmovilizado de por vida, pueda contarlo aunque sean sus labios casi lo único que es capaz de mover.
Ya es suficientemente peligrosa la carretera por los imprevistos, casualidades o la fatalidad, como para que un descerebrado cargue aun más las tintas con una borrachera de falta de civismo, imprudencia absoluta e insensatez.
Este próximo fin de semana me acercaré a Toledo a abrazar a mi amigo Miguel. Laura me ha dicho que no se encuentra con fuerzas, que, por ahora, prefiere no ir.
Desde Las Alpujarras te escribo, amigo.
Ya sabes que era un viaje que llevaba planeando varios años. Y no me equivoqué en mi empeño. Esto es una gozada.
He viajado por buena parte de la comarca. He pateado muchos de sus pueblos blancos: Lanjarón, Orgiva, Cañar, Carataunas, El Barranco de Poqueira, Busquístar, Trévelez, Juviles, Alcutar, Cádiar, Lobras, Torvizcón, Ugíjar...
He disfrutado del silencio, de la frialdad de sus aguas, de sus tabernas y de la charla de sus parroquianos. Me han impresionado las huellas de su historia.
Desde el camino he visto el crepúsculo de cada día.
Dentro de poco nos vemos en nuestra ciudad, donde siempre, en el bar de Laura, nos damos un abrazo y te sigo contando.

lunes, 10 de diciembre de 2007

Hoy he recibido cuatro postales: una de Darfur, otra de Oruro, ciudad andina de Bolivia, y otra más de Corea del Sur.
Ninguna de ellas me trae palabras felices, por cierto. En Darfur, ese infierno anclado en Sudán y en el que también se queman sus pies Libia, Chad y República Centroafricana, continúan las cotidianas violaciones de los derechos humanos y los ingenieros de la ONU aún no se han manchado las manos en la búsqueda de una solución; Bolivia es otro ejemplo más de lo sangrante y difícil que resulta que unos y otros nos pongamos, sencillamente, de acuerdo para conseguir una sociedad algo más justa y con un poco más de igualdad de oportunidades para todos; y las playas surcoreanas del Mar Amarillo se han teñido de negro por el vertido de un petrolero.
Pero la postal más triste me ha llegado esta noche de los labios de Lucía, mi amiga la del bar. Su depresión, más bien pánico a la incertidumbre, ha acabado esta mañana de deshojar la margarita: su médico del hospital le ha dado una mala noticia. Yo no sabía nada. Lucía es..., es así, y me lo ha contado sonriendo. Hacía semanas que no la veía tan animada. Ella dice que prefiere conocer las desgracias que ignorar lo fácil, pero yo no estoy tan seguro de eso. Como disculpándome, me fui al baño del bar, que está decorado con azulejos blancos con soles sonrientes de todos los colores pintados a mano por Lucía, y me he puesto a llorar.

martes, 4 de diciembre de 2007

Mi nieto se llama Mohamed, como yo, igual que su padre. Yo emigré a Francia en 1955 desde Casablanca, en uno de cuyos barrios pobres nací.
LLegué a Francia un 3 de septiembre; el día 7 estaba trabajando en una fábrica por las mañanas y encerando suelos en una oficina del gobierno por las tardes. Siempre me he sentido observado como diferente, porque lo soy. Pero yo y mi familia, lo mismo que otros muchos aunque no todos, la verdad debe ser dicha, agradecí y respeté al país que me acogió y me dio trabajo; y siempre, descontando casos esporádicos y creo que no dignos de mención, también fui respetado por los franceses, al menos hasta que la convivencia se torció de rumbo.
Mi hijo nació en París y mi esposa y yo volcamos todo nuestro esfuerzo en que mi hijo Mohamed fuera un buen musulmán y alcanzara estudios. Consiguió un buen trabajo en su profesión de mecánico. Pero, a partir de los ochenta, la economía de las empresas retrocedió en su camino y con ella otras muchas cosas. Mi hijo quedó sin trabajo por primera vez en 1983 y, desde entonces, ha ido sorteando los charcos como ha podido.
Mi nieto Mohamed acaba de cumplir dieciocho años. Acabó los estudios elementales por obligación, pero sin devoción. Siempre argumenta que los estuidos no son un buen pasaporte para encontrar dinero. A pesar de todo, mi nieto fue criado de forma más cómoda y regalada que yo crié a su padre; y, sin embargo, mi nieto no ve futuro, en realidad, no lo tiene. Las circunstancias han cambiado mucho, las personas también. El barrio en el que vivimos las tres generaciones ya no es el mismo, y la mezquita tampoco. Los habitantes de estos barrios, levantados en los alrededores de París para, principalmente, acoger a los inmigrantes han perdido la ilusión, están llenos de lodo en el presente y ciegos ante el futuro. La juventud ha visto el esfuerzo de sus padres y los pocos frutos que han cosechado, y se rebelan. La juventud ya no se fía, ya no ya no se deja aconsejar ni por sus padres ni por sus abuelos, porque, para ellos, nosotros de una u otra manera nos hemos dejado engañar estúpidamente. Los nietos de los primeros inmigrantes ya no se conforman con poseer más medios que sus progenitores, que pese a todo así es, sino que quieren estar a la misma altura de oportunidades que los franceses de pura cepa. Ya no se conforman con menos. Y puede que tengan razón.
Pero, mientras tanto, este barrio está sitiado por la policía como si sus habitantes fuéramos criminales; en las calles no se puede pasear seguro, de los parques han desaparecido las madres jóvenes con sus hijos y se han poblado de adolescentes de la misma edad que mi nieto Mohamed, que, con la misma indumentaria que los franceses y con igual o mayor soberbia que ellos, desaprovechan la oportunidad de estudiar, dejan pasar las horas entre sus manos vacías, o buscan pelea o consumen drogas, y lanzan su furia y su vacío de alma contra los que están enfrente, los de tez clara, los que, aún en los peores momentos, siempre pierden menos.
Pido a Alá que sepa iluminarnos a todos y, especialmente, a las autoridades para que este clima de abandono, de frustración y de guerra acabe pronto. Que Alá guíe a mi nieto Mohamed con clara luz por el buen camino y nunca estos ojos míos vean su nombre escrito en los periódicos como el de esos pobres chicos, Moushin y Larami, de quince y dieciséis años respectivamente, que perdieron su vida al empotrarse su motocicleta contra un coche de la policía en Villier-le-Bel, un suburbio a veinte minutos de París el domingo 25 de noviembre. Alá, Dador de Paz y Amigo Protector, es omnipotente y sabrá cómo lograrlo.

sábado, 1 de diciembre de 2007

Este mundo da asco. No, no quiero decir otro topicazo más de los que estamos acostumbrados. De esos que luego ponen un teléfono debajo para que hagamos alarde de nuestra solidaridad rascándonos el bolsillo. O de esos que soltamos en conversaciones de listillos haciendo un balance del mundo en el que vivimos y de lo poco que hacemos. O esos en forma de reproche maternal que todas nuestras progenitoras nos han espetado alguna vez cuando la sopa se enfriaba en el plato, “y pensar que otros se mueren de hambre…”.

No, hoy no quiero palabras vacías sin pensamientos detrás que hagan de colchón. No, hoy no quiero palabras sin actos. No, hoy no quiero palabras sin recordar que verdaderamente soy insignificante. No, hoy no quiero palabras sin remordimientos. No, hoy no quiero palabras aparentes. No, hoy no quiero palabras que cuenten lo mismo de siempre. No, hoy no quiero palabras que relaten la miseria del mundo sin más. No, hoy no quiero palabras que nos ofrezcan datos vacíos sobre muertos de hambre. No, hoy no quiero historias cargadas de tragedia que tengan el único objetivo de contarlo.

No, hoy no quiero.

Y mientras, el mundo sigue dando mucho asco.