miércoles, 31 de octubre de 2007

- Hay que joderse. Qué poder aún tienen los curas.
-¿Por qué lo dices, Laura?
-¿No has leído la última postal que te llegó?

Aquí va una postal desde Valencia, y no exenta de vergüenza.
Como sabrás hay en esta ciudad, también imagino yo que en el resto de España, un grupo de gente que ha decidido apostatar de la iglesia católica por considerar que en su bautismo no hubo ninguna voluntad propia sino, en el mejor de los casos, o devoción de los padres o simple convencionalismo social de la época. Yo también quiero apostatar. A mis cincuenta y cinco años, en nuestra sociedad libre y democrática, después de haber tenido tres hijos a los que mi mujer y yo no hemos bautizado para dejarles la libertad a ellos mismos, y tras haber tomado mi propia elección en relación a la cuestión religiosa, me parece algo de lo más consecuente, moral, y normal que me borre del registro eclesiástico al que ya no pertenezco.
Pero la verdad es que aún no me he decidido. Me da vergüenza y miedo. No me preguntes a qué. Pero me da miedo. Esta sensación mía sí que no me parece normal y, sin embargo, así es.
De todas formas no es extraño en mí. Hasta hace bien poco me daba un corte de muerte ir a comprar condones. Más de una vez me sorprendí a mí mismo merodeando alrededor de una farmacia a la espera de que el mancebo se quedara sin clientes para entrar yo como un rayo y de incógnito a por una caja de preservativos.
Aunque sé de sobra que esto no es ningún consultorio sentimental, no quiero desperdiciar la ocasión sin dejarte una pregunta en el aire: ¿Esto sólo me pasa a mí? ¿O crees tú que es algo propio de la gente de mi generación y más habitual de lo que generalmente se confiesa? Muchas veces me da por pensar que se trata simplemente de una cobardía mía.

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