He soñado con Ameland, una de las islas Frisias, de Holanda. La culpa la tuvo una postal que recibí ayer. Contemplándola, me quedé como extasiado.
Soñé que recorría en bicicleta una carretera, en silencio, hacia el mar. El viento me aireaba y la lluvia me espabilaba el ánimo. Avanzaba solo y, sin embargo, me sentía acompañado por toda la naturaleza que me rodeaba, una tierra llana, con hierbas de corta altura que se bamboleaban a su capricho, y un cielo inmenso, claroscuro, con un horizonte infinito.
Luchaba por avanzar, por alcanzar el mar y, pese a todo el esfuerzo que hacía, me sentía tranquilo, nada agarrotado, ágil. Y llegué a ver el mar, estaba ahí, enfrente de mí, al alcance de la mano; pero, por más fuerza y empeño que ponía en el pedaleo, no lograba alcanzarlo, devoraba metros y kilómetros, y el mar se hallaba ahí mismo, pero nunca se dejaba apresar, era imposible. Y, sin embargo, yo me sentía bien, continuaba pedaleando, sin miedo, sin angustia, estaba a gusto conmigo mismo y con el mundo que me rodeaba. La felicidad sólo consistía en intentarlo, no era necesario tocar el mar. Y aquel silencio... Y, a la vez, aquel fragor del viento y del agua...
Soñé que recorría en bicicleta una carretera, en silencio, hacia el mar. El viento me aireaba y la lluvia me espabilaba el ánimo. Avanzaba solo y, sin embargo, me sentía acompañado por toda la naturaleza que me rodeaba, una tierra llana, con hierbas de corta altura que se bamboleaban a su capricho, y un cielo inmenso, claroscuro, con un horizonte infinito.
Luchaba por avanzar, por alcanzar el mar y, pese a todo el esfuerzo que hacía, me sentía tranquilo, nada agarrotado, ágil. Y llegué a ver el mar, estaba ahí, enfrente de mí, al alcance de la mano; pero, por más fuerza y empeño que ponía en el pedaleo, no lograba alcanzarlo, devoraba metros y kilómetros, y el mar se hallaba ahí mismo, pero nunca se dejaba apresar, era imposible. Y, sin embargo, yo me sentía bien, continuaba pedaleando, sin miedo, sin angustia, estaba a gusto conmigo mismo y con el mundo que me rodeaba. La felicidad sólo consistía en intentarlo, no era necesario tocar el mar. Y aquel silencio... Y, a la vez, aquel fragor del viento y del agua...
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