sábado, 26 de enero de 2008

Laura me vuelve a escribir.

Continúo en Bogotá. Te he de pedir algunos favores, porque he cambiado de planes. Ya te enviaré nuevas noticias más adelante, cuando yo misma haya asimilado mis nuevas decisiones y las tenga bien claras.
Por cierto, he leído en el periódico que ha muerto Ángel González. No sé si entristecerme o alegrarme. Ángel vivió su vida, vigilante, luchando por su libertad y la de los demás, comprometido con sus ideas, paseando con tranquilidad por las calles y las tabernas de medio mundo, amigo de sus amigos.
¿Recuerdas cuándo se caía por Oviedo y al atardecer se anclaba en la mesa de la esquina del bar, al lado del ventanal, justo enfrente de las escaleras en las que se deshace nuestra calle? Allí se pasaba el tiempo, hasta que se prendían las farolas de la calle. El vaso sobre la mesa, entre los dedos el cigarrillo.
Cuando me acercaba con la botella a rellenarle el vaso, siempre me hacía la misma pregunta.
-Laura, ¿cuándo te decides a cerrar el bar y regresar de nuevo a la enseñanza?
Y siempre acababa la pregunta con una sonrisa, con ironía, sin ruido, tal como él era.
Hoy me he acercado a una librería del centro de Bogotá y he vuelto a comprar algunos de sus libros. Ya sé que los tengo todos, o casi todos, ahí, en mi casa. Pero sentí ganas de releer unos cuantos poemas de quien fue y continúa siemdo mi poeta preferido.
Era astuto ese Ángel González. Era fino de palabra, taladraba las ideas sin aspavientos, sin bullicio, con claridad. Era un genio en el arte de cerrar un poema. Cortaba de un tajo y en seco los sentimientos, pero sin maltratarlos ni herirlos.
Si encuentras ocasión, dale de mi parte un abrazo y todo el cariño a su mujer.
Un beso también para ti, hombre de las postales.

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