sábado, 10 de noviembre de 2007

Mire, usted, yo creo que hay cosas que, ¿cómo decirlo con claridad?, pues que van, digásmoslo así, contra las reglas de la física más elemental. Que un hijo adolescente maltrate a su madre, o que unos padres acaben con la vida de su bebé a golpes limpios, o que un cura sea pederasta, o que un empresario utilice su guardería como un negocio de pornografía infantil en Internet, o que el objetivo de una ONG sea el lucro de su fundador son acciones posibles y, tristemente, más habituales de lo que el mínimo sentido común nos aconsejaría, pero... Yo creo que lo peor de estos comportamientos es la pérdida de confianza en el ser humano, la incertidumbre y la inseguridad. Pero lo que me parece imperdonable es que estos actos sirvan como fuente de argumentos para las personas que defienden un férreo egoísmo individualista y rechazan como la mayor de las estupideces los actos de solidaridad entre los seres humanos. Después de lo dicho, sólo me queda desear una buena aplicación de la justicia para lo sucedido en el Chad en relación a la aventura de El Arca de Zoé. Que se haga justicia sin mercadeos, sin mezquinos intereses políticos o diplomáticos. Me temo que estoy pidiendo demasiado.

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