lunes, 17 de diciembre de 2007

El cartero me ha entregado esta mañana un pequeño paquete. La señora Myeko me enviaba desde Japón unas postales que yo llevaba años buscando como si de un verdadero tesoro escondido se tratara y cuyo precio no estaba seguro de poder pagar si lo encontrara en algún anticuario o en algún tenderete de cualquier rastro. Aún no sé cómo se enteró de mi interés la señora Myeko. De lo que sí quiero dejar constancia es de mi infinita y profunda gratitud por tal regalo.
De la Hiroshima inhumana y salvajemente desvastada sí que todo el mundo que lo ha querido o ha sentido la mínima inquietud por tal infame destrucción de una ciudad poblada por unos doscientos mil civiles ha visto fotografías, que no dejan de ser como un trofeo de guerra. Pero de la Hiroshima anterior a la bomba atómica que la arrasó un seis de agosto de 1945 a las ocho y cuarto de la mañana resulta muy difícil encontrar imágenes. Es como si las potencias aliadas sintieran orgullo por lo logrado pero, en el fondo, pero que muy fondo, sintieran verdadera vergüenza por lo destruido. Es como si quisieran hacer creer al mundo el poder que poseen de crear la desvastación y la muerte. Pero ningún mandamás ni ningún país por muy poderoso que sea tiene la capacidad de crear a partir de la nada. La desolación de Hiroshima fue hecha a las ocho y cuarto de una calurosa mañana de verano a partir de la vida que había en la ciudad antes de esa fatídica hora, de sus mujeres y hombres, de sus niños y ancianos, de sus inquietudes, alegrías, tristezas y miserias, de la historia de un pueblo sencillo, entregado a su patria y, a su vez, utilizado por sus autoridades.
Hace años que a mí me interesaba contrastar ambas imágenes, las de antes y las de después de la bomba que lanzó el Enola Gay. Los cuerpos que nos han enseñado abrasados por el fuego, con la piel cayéndose a trozos, con las heridas supurando pus a borbotones eran cuerpos de jóvenes que un segundo antes estaban pensando en su pareja, o hijos que pensaban en sus madres, o madres que estaban dándoles el desayuno a sus pequeños, o médicos que entraban a trabajar en el hospital, o religiosos que decían sus oraciones o trabajadores que acababan de llegar a sus fábricas. También antes de las ocho y cuarto en Hiroshima había casas, barcas en sus ríos, templos, jardines, escuelas, hospitales, calles. Antes de las ocho y cuarto en Hiroshima había vida.

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