Los del sur también viajan en verano. Tratan de aprovechar la previsible calma del mar, aunque a veces la naturaleza les traicione. Buscan temperaturas menos tórridas en las que se respiren aires más transigentes. Es una nueva modalidad de turismo actual, nada barato, por cierto, y menos para las posibilidades económicas de sus usuarios; pero, el espejismo de la sociedad de consumo obnubila al que lo contempla desde el desamparo, y las ganas de huir de la pobreza se vuelven irreprimibles. La historia siempre acaba por repetirse aunque es verdad que de forma bien paradójica: en los sesenta del siglo pasado inundaban la única televisión que había imágenes de las rubias turistas suecas a las que se les escapaban las carnes bajo sus liliputieneses bikinis de colores; y, a comienzos del siglo XXI, siguen acaparando las pantallas de las televisiones imágenes de la última moda de turismo, aunque ahora sean viajeros que caminan al revés, del sur al norte, y sean negros, y prefieran el viaje por mar al de por aire y que, sobre todo, se destaquen por ser aventureros, arriesgados e intrépidos. Algunos consiguen su meta; otros, no. Anteayer, diecisiete de julio de 2007, perdieron su vida unos cincuenta inmigrantes, ahogados, a 98 millas al suroeste de Punta Rasca (Tenerife). Estos cincuenta seres humanos, que emprendieron un viaje hacia lo desconocido y que sólo buscaban nuevas condiciones de vida para sí y para sus familias, no llegaron a su meta: un golpe de mar les robó sin previo aviso todas sus ilusiones.
Estas líneas son, simplemente, la sincera expresión de mi comprensión por aquellas personas que emprenden un viaje de aventura y de riesgo en busca de un mundo más justo. También siento por ellos verdadera admiración.
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