Hay días en los que mirándome el ombligo de forma claramente poco inteligente, no encuentro un tema sobre el que escribir. He buscado múltiples disculpas, porque la frustación, en estos casos, es grande y necesito alguna excusa que me disculpe. Pero, al menos en muchas ocasiones, la causa suele ser mucho más sencilla: una estúpida ceguera para no ver más allá de mi propio ombligo. Temas sobre los que escribir, y luchar, parece que sobran.
Quiero recibir una postal desde Irán. Y me gustaría que esa postal fuera una señal de que el artículo 83 del Código Penal iraní, según el cual la pena correspondiente al adulterio cometido por un varón casado o una mujer casada es la ejecución por lapidación, hubiera sido anulado; una señal de que Mokarrameh Ebrahimi no hubiera sufrido una pena de muerte que, si ya de por sí es inhumana y degradante, resulta especialmente cruel porque se ejecuta de forma que agudiza en el máximo grado posible el dolor de la víctima; una señal de que las autoridades iraníes y de otros muchos países hubieran aprendido a diferenciar entre la libertad individual y los deberes del estado sin encallarse en la tradición, religión o en peñascos que representan intereses menos honorables; una señal de que tanto Mokarrameh Ebrahimi como otros condenados a lapidación en Irán, Ashraf Kalhori, Iran, Khyrieh, Shamameh Ghorbani, Kobra N., Soghra Mola´i, Fatemeh y Abdollah F. y, de igual manera todos los seres humanos, hubiéramos conseguido vivir en un mundo más justo.
-¿No vas a citar a Amnistía Internacional?- me increpó Laura, la del bar.
La verdad es que no había caído en la cuenta de mi omisión. Pensé que cualquiera que leyera el texto pensaría irremediablemente que mi apuntador particular en este caso era este admirable grupo de activistas.
-Aunque, pensándolo bien -siguió hablando Laura. Es un encanto de mujer.-, éstos de Amnistía Internacional, me han jodido en más de una ocasión: la lectura de sus fúnebres informes, me han producido una depresión de caballo, como mínimo, de dos meses. Así que no sé yo si estos pobres se merecen más publicidad de la que ellos solitos ya se ganan.
Quiero recibir una postal desde Irán. Y me gustaría que esa postal fuera una señal de que el artículo 83 del Código Penal iraní, según el cual la pena correspondiente al adulterio cometido por un varón casado o una mujer casada es la ejecución por lapidación, hubiera sido anulado; una señal de que Mokarrameh Ebrahimi no hubiera sufrido una pena de muerte que, si ya de por sí es inhumana y degradante, resulta especialmente cruel porque se ejecuta de forma que agudiza en el máximo grado posible el dolor de la víctima; una señal de que las autoridades iraníes y de otros muchos países hubieran aprendido a diferenciar entre la libertad individual y los deberes del estado sin encallarse en la tradición, religión o en peñascos que representan intereses menos honorables; una señal de que tanto Mokarrameh Ebrahimi como otros condenados a lapidación en Irán, Ashraf Kalhori, Iran, Khyrieh, Shamameh Ghorbani, Kobra N., Soghra Mola´i, Fatemeh y Abdollah F. y, de igual manera todos los seres humanos, hubiéramos conseguido vivir en un mundo más justo.
-¿No vas a citar a Amnistía Internacional?- me increpó Laura, la del bar.
La verdad es que no había caído en la cuenta de mi omisión. Pensé que cualquiera que leyera el texto pensaría irremediablemente que mi apuntador particular en este caso era este admirable grupo de activistas.
-Aunque, pensándolo bien -siguió hablando Laura. Es un encanto de mujer.-, éstos de Amnistía Internacional, me han jodido en más de una ocasión: la lectura de sus fúnebres informes, me han producido una depresión de caballo, como mínimo, de dos meses. Así que no sé yo si estos pobres se merecen más publicidad de la que ellos solitos ya se ganan.
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