Desde mi posición actual de la amorfamente globalizada y desarrolladamente hipotecada clase media, he puesto en alquiler un apartamento. En media tarde me llamaron por el anuncio diez personas, todas inmigrantes. Me sentí como pez en el agua, había donde elegir un inquilino responsable y pagador.
Al día siguiente fui quedando con los interesados. Y me decidí por una chica brasileña, ayudante de cocina, extrovertida, cuya falta de puntualidad e historietas acabaron por dejarme de ella una imagen un tanto errática. Pero, ¿no es ésta una característica de los viajeros y, por antonomasia, de los inmigrantes? Hice de tripas corazón y, pensando que una mujer sería más limpia y cuidadosa con el mobiliario que un hombre, a ella le arrendé el apartamento.

-¿De qué parte de Brasil eres?
-De Río de Janeiro.
-Qué exótico.
Me pareció que me sonreía como llamándome imbécil a la cara, pero muy educadamente y sin que se notara demasiado.
-¿Y cómo es Río de Janeiro?
-¿La ciudad o mi favela?

-Siento cuiriosidad por saber cómo es una favela.
-No puedo describírtela.
-¿Cómo que no puedes?
-Me falta vocabulario.
Para entonces la sonrisa se le había transformado en un rictus medio agresivo.
-He notado, en lo que llevo hablando contigo, que aún tienes problemas con la fonética e incluso con la sintaxis. Pero te he visto muy bien en vocabulario.
-No, no es eso. -Ahora me miraba de otra manera, yo diría que con un poco de compasión...- Lo que sucede es que no encuentro palabras en castellano para describirte mi barrio, la favela do Muquiço. ¿Entiendes?
No supe qué contestar.
-Es como otro mundo.
Más tarde, creo que llegué a entenderla. O eso me pareció. Quise pensar que el problema de mi arrendataria la brasileña era el mismo que el que encontraron los primeros cronistas de Indias: les faltaba vocabulario en castellano para describir el nuevo mundo que estaban descubriendo sus ojos. Lo que no supe comprender es la última mirada compasiva que me echó a la cara.
1 comentario:
L. L. Zamenhof, o más conocidamente Doctor Esperanto, hace ya más de un siglo creó un nuevo idioma para que todos pudiéramos entendernos fuéramos de cualquier lugar del planeta. Como es natural, el esperanto no triunfó pero demostró que una nueva lengua se podía inventar con el fin de comunicarse.
Hombre de las postales, me parece a mí que las palabras se crean y es necesario hacerlo para definir y transmitir a otros la realidad que nos rodea.
No hay nadie mejor que las pueda crear que quién haya vivido en una favela, en Shaquila o en las Barranquillas…y quiera explicar al mundo que es lo que se siente, lo que se respira, lo que se huele allí. Mientras haya quién escuche esas palabras ya sirven para algo…
Lo más triste es que esa gente, esos posibles creadores de palabras, están convencidos de que a nadie les interesa, de que en este llamado “mundo mejor” nadie está preparado para comprender bien del todo lo que allí pasa. Tal vez, tengan razón. Ahora, entiendo a que venía la última mirada compasiva de su amiga la brasileña…
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