sábado, 5 de mayo de 2007

Para celebrar cien viajes de sueños, mis amigos me han regalado una maleta de lujo, muy elegante, de cuero natural, bordados, interior en tela , con escuadras, cerradura y llaves de latón dorado. No quiero ni pensar en su precio (si de mí hubiera dependido, solamente se me ofrecerían dos alternativas: o gastar el dinero en viajar o comprarme la maleta).
Les he agradecido el regalo. Me ha gustado mucho. Pero me pareció inútil. ¿Cómo me voy yo con esa maleta de nuevo rico o de viejo ladrón a un hostal de Carrión de los Condes o de Ciudad Rodrigo? ¿Me la llevo a Jasper, en las Montañas Rocosas de Canadá, o a una casa de pescadores de Lipari, una de las islas Eolias? No me imagino paseanddo por la Plaza de Jemaa el Fna de Marrakech, colgado artificialmente a la maleta y rodeado de niños pedigüeños? Tampoco me serviría, a no ser que contratara un porteador extra como los turistas más refinados, para subir caminando desde Coriwaynachina hasta el Machu Picchu.
Al final, pensando que para hacer de estúpido turista ya me bastaba yo solo, decidí colocarla como un adorno en el salón de mi casa y la llené con todas las postales que guardaba en cajas de cartón. Allí está. Todas las visitas se fijan en ella.

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