martes, 24 de abril de 2007

Para hoy había decidido escribir algo sobre Cervantes. Ya se sabe, las efemérides son lo que son y cumplen su función (aunque tampoco creo que convenga exagerar). Pero lo he dejado de lado llevado por un impulso más personal y cotidiano aunque no por ello menos importante (al menos para un ser anónimo y con los pies sobre los adoquines). Además, no creo que Cervantes se vaya a enfadar: no creo que él mismo se destacara por las formalidades y las apariencias ni que se preocupara un carajo de lo que unos cuantos siglos después yo escribiera sobre él.
El caso es que una amiga mía se pasó agonizando todo el día de ayer. Realmente, le costó cruzar el umbral. Acompañándola hasta la despedida final y tratando de sortear los charcos de la vida, se me ocurrió comentarle que sería formidable para mi colección el recibir una postal del más allá. Me gustaría saber cómo es la luz de ese otro mundo; cómo son los contornos de sus paisajes; cómo se reflejan sus colores; qué ríos, montañas o valles habitan su universo.
Dos horas antes de que mi amiga se muriera, le pedí medio en broma medio en serio que no se olvidara de enviarme una postal contándome la experiencia de su viaje y las novedades del nuevo mundo; y así no perderíamos el contacto. Ella, sonriendo como pudo, me contestó que no me preocupara.
Espero que mi amiga no se olvide de su promesa, aunque no sé si allá encontrará donde poder comprar una postal. Ya se sabe que existen lugares de los que no hay postales: no las hay de Shaquila como tampoco las hay de Las Barranquillas, ni de...

No hay comentarios: