miércoles, 12 de marzo de 2008

A las 8:30, como cada mañana, suena el despertador de María con una insoportable música pegadiza. Y también, como cada mañana desde que llevamos aquí, María se levanta con una energía fuera de lo común que a mí me da muchísima rabia.

A las 9:00, me levanto y me introduzco en la ducha que se sitúa dentro de la habitación. “El currante”, así llamamos al único que ha encontrado trabajo por ahora, sigue durmiendo. Esta noche llegó a las seis de la mañana después de sacar muchas bolsas de basura y colocar miles de vasos en un bar de moda de esta ciudad tan cool. Así que yo apuro mi ducha al máximo con especial sigilo.

Cuando salgo, María ya se está pintando las pestañas y mirándose por enésima vez al espejo. Ahora, ya se está duchando la única que faltaba. Yo mientras me voy vistiendo, un poco ajustadita como nos han aconsejado nuestros colegas los que ya llevan un mes aquí.

Las tres bajamos a desayunar al comedor del hostal que ahora hace las veces de hogar. Siempre hay seis o siete personas alrededor de la mesa en forma de “U”, personas de distintos lugares del mundo que hablan en distintas lenguas. Todos se comunican con más o menos desparpajo en inglés. Yo intento “hacerme el oído” como dice “el currante” pero, después de las dos semanas que llevamos aquí, estoy cada vez más segura que nunca lograré entender más que “jachu jachu”.

Discutiendo como siempre por lo tarde que empezamos nuestra jornada, a las 10:15 conseguimos irnos las tres un día más en busca del tesoro. Tres calles más allá del hostal está la estación de metro más cercana. Dentro del “underground”, repasamos el recorrido. Con un gran mapa de la ciudad, nos estudiamos el trayecto que la noche pasada, mientras nos tomábamos una pinta de cerveza entre las tres “no currantes” (el dinero no da para más), planeamos que haríamos hoy.

Situadas en el punto de partida, nos dividimos las calles: “tú la de la derecha, y nosotras dos la de la izquierda”, “tú los pares, y yo los impares”. Entro en el primer restaurante que me toca. Un hombre dentro de la barra me mira con la misma sonrisa de sorna que llevo viendo desde hace dos semanas. “Un, dos tres. Respira hondo”, pienso a la vez que me acerco al hombre de la sonrisa de sorna. Me sudan las manos y el corazón me va a mil, no me acostumbro. Digo la frase maldita, “I´m looking for a job”, y extiendo con mi mano temblorosa mi currículum. Rezo para mi interior que no me conteste. “Jachu jachu” me sopeta el hombre sin piedad. “Ok, Good Bye” respondo sin haber entendido ni papa.

María ya me está esperando con una sonrisa. “¿Qué, cómo te ha ido?”, me dice. “Pues como siempre”. “No me extraña, parece que les estás lanzando una bomba y que deseas salir corriendo”.

El siguiente bar ya me espera.

Esta es la historia de nuestro día a día en Londres buscando trabajo. Está siendo una de las experiencias mejores de mi vida que dudo mucho que se me olvide. La ciudad es hermosísima, ya lo verás en la foto. Y vivir como un vecino más de esta inmensa ciudad es algo que jamás se me olvidará. Aunque no pase del “jachu jachu” y “I´m looking for a job” sea la frase que más veces haya repetido en estas dos últimas semanas, creo que estoy aprendiendo mucho más de lo que esperaba.

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