No lo puedo creer. Es imposible que sea real. Incluso sería demasiado fuerte para el argumento de un cuento de horrores.
Desde luego que a estas alturas de la película no nos resulta nada extraño la noticia de un atentado en Bagdad ni tan siquiera a los que vivimos aquí, en medio de esta guerra. Ni tampoco percibimos como espectacular su fúnebre resultado: setenta y dos personas muertas y ciento cincuenta heridas. Ni prestamos atención a la zona en la que ocurrió, la chií; ni en qué lugar concreto, en el mercado de mascotas de Ghazil del centro de la ciudad o en un mercado de aves situado al sur. No, estos datos ya no cautivan nuestra atención. Más bien, resbalan sobre nuestros oídos.
Pero, la realidad puede ser aún increíblemente sorprendente. ¿De verdad es posible que se utilicen a mujeres con deficiencias mentales para cometer estos actos terroristas? ¿Quién fue capaz de despedirlas con un abrazo en su último viaje hacia la destrucción? ¿Quién es capaz de marcar los números de un móvil para hacer estallar los explosivos que estas mujeres, que no se encontraban en sus cabales, llevaban adosados a sus cuerpos?
Lo que tampoco puedo creer es que estas conjeturas sobre las terroristas fueran macabras invenciones de los responsables del ejército iraquí para denigrar aún más de lo que ya está la imagen de los grupos de la oposición violenta y mortífera.
Aunque, pensándolo bien, si la realidad de lo ocurrido dependiera de mi elección, me decidiría por la segunda opción. Parafraseando a Leibniz, sería la mejor de las posibles.
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