viernes, 31 de agosto de 2007

Tony Brascons no me envió una postal desde Sierra Nevada. Y yo no se lo echo en cara porque sus historia es una de las postales más originales que he recibido últimamente.

Un emigrante africano, ilegal, anda saltando de risco en risco,
a más de tres mil metros de altitud entre el Veleta y el Mulhacén, con unas chanclas como calzado y una camiseta como único abrigo. Avistado desde lejos por los vecinos del lugar, fue retenido por la Guardia Civil. En ningún momento opuso resistencia.

¿Qué pensaba Tony Brascons cuando danzaba el himno de la soledad en aquellas montañas? No lo sabemos. Cuando la Guardia civil lo prendió, no abrió palabra, sólo sonreía.
¿Es verdad, Tony Brascons, que estás loco? ¿Qué es lo que pasó por tu mente para que, después de cruzar clandestinamente el Estrecho de Gibraltar, en un cayuco más parecido a una nuez en medio de la nada que a cualquier otra cosa, con cadáveres a tu lado de los compañeros de aventura que no soportaron la dureza del viaje, y después de haber llegado al paraíso de este primer mundo, te confundieras de dirección? ¿Qué te sucedió, qué viste, para que tú, que ya lo tenías casi todo, decidieras huir a la soledad de las cumbres? ¿Qué te confundió, Tony Brascons? ¿Qué te desilusionó? ¿Qué esperabas encontrar y no hallaste?
¿Qué espejismos te confundieron el cerebro?
Tony Brascon, como un derrotado Quijote del siglo XXI, se dejó apresar por la Guardia Civil sin oponer resitencia. Sonreía a raudales. No abrió palabra. Su mirada se perdía en el horizonte, enbargado por la fuerza del viento que enarbolaba sin rumbo su camiseta blanca.

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