viernes, 31 de agosto de 2007

Recibir un postal desde la cárcel es instructivo. Es un mundo que la mayoría de los mortales no conocen. Además, no es un destino de viaje que se oferte en las agencias.

Lo único que sentí mientras ardía frente a mí envuelta en una bola de fuego es que lo había conseguido: por fin,la había hecho mía, mía para siempre, aunque para ello hubiera tenido que destruirla. Porque su muerte era la única solución.
Hacía un mes que no quería estar conmigo, que hablaba de hacer su vida. Como si eso fuera posible.Ella era mía. Todo lo que era lo era gracias a mí.Yo la quería.
Yo nunca hubiera querido hacerle daño.
Pero las cosas son como son. Y yo soy un hombre y no podía dejar que ella se riera de mí. Eso, no. Se lo tenía dicho y ella no me hizo caso.

Y yo... me quedé pensando...

-A ese hombre había que colgarle de los huevos- sentenció Laura, mi querida amiga la del bar.

... no sabía si compadecerme más de la mujer quemada en vivo o de aquel pobre e infeliz animal. Laura, que suele adivinar mis pensamientos como por ósmosis, me cortó de cuajo la incertidumbre.

-Sois todos unos hijos de puta y unos cabrones.

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